Este blog tiene el objetivo de dejar constancia
(como ya han ido haciendo de forma muy laboriosa otras personas), a los pocos visitantes
que raramente lleguen hasta aquí buscando información de este pueblo abandonado, de la historia y otros aspectos de uno de los lugares más
especiales de Catalunya: La Mussara. Un lugar en el que se unen dos de mis pasiones: la naturaleza y la historia. Una magnifica zona de montaña en la que un día decidí estudiar geografía e historia
mientras daba un largo paseo, más que
por las salidas profesionales de esta carrera, a día de hoy más bien nulas y desesperanzadoras,
por el placer que sentía, y siento, al poder analizar desde una vertiente más científica todos
los datos que observaba, buscaba, descubría y disfrutaba aprendiendo en aquel lugar.
Por eso, para la primera entrada, he decidido reproducir un pequeño fragmento de la
introducción de un trabajo que realicé para la carrera en el que analizaba la capacidad de adaptación
de los lugareños a un entorno más bien rudo y hostil (si nos referimos a él desde
el punto de vista climatológico y geográfico), pero que a su vez ofrecía a sus moradores todo lo mínimamente necesario para poder
sobrevivir. Debo darle las gracias a aquella graciosa rana (foto) que me encontré,
una mañana de primavera, en la balsa de La Mussara y que fue la que me inspiró,
junto al apelativo que recebian los lugareños, a afrontar el trabajo desde ese punto
de vista: La capacidad de adaptación del ser humano al entorno, claro ejemplo de
los habitantes de La Mussara.
En La Mussara "ranas".
En
La Mussara “ranas”, así llamaban los vecinos de los pueblos de alrededor a los
habitantes de La Mussara, un pueblo que hace ya muchos años quedó
abandonado a las inclemencias del tiempo, de la naturaleza y de los vándalos de
noches de fin de semana, pero que por contra atrae y atrapa a los amantes de la
naturaleza, la historia y el misterio.
La Mussara, sin duda, fue un ejemplo de como el ser humano puede aprovechar los recursos naturales que el entorno ofrece. Solamente hay que leer el lema de la fotografía que acompaña a este trabajo para descubrir una clara ilustración de este aprovechamiento de los recursos naturales.
La vida de La Mussara giraba en torno a la balsa de agua que se encuentra justo en el centro del pueblo, una balsa donde era (y todavía es) habitual escuchar el croar de las ranas en las noches de verano, de aquí viene el nombre de “ranas” que se les otorgó a los habitantes de La Mussara. Esta balsa era la principal fuente de agua, pero no la única, que tenían los vecinos del pueblo para poder ejercer sus actividades diarias. Pero no sólo aprendieron a aprovechar el agua en su estado liquido, el “Pou de gel” (pozo de hielo), que se encuentra a unos 700 metros del núcleo principal del pueblo, también es un ejemplo de que la gente de aquellas montañas aprendieron a producir hielo a partir de las nevadas de invierno. Hielo que durante el verano vendían en las ciudades del “Camp de Tarragona”, en una época donde la comodidad de los congeladores modernos era algo inimaginable.
De los bosques aprendieron a producir leña, carbón, vigas, postes... y también aprovecharon la flora y la fauna de los alrededores de La Mussara para comer, es el caso de los conejos, liebres, jabalís, aves... y hasta los caracoles. Los diferentes productos como los espárragos, las setas, las pieles de animales (muy apreciadas por la gente de ciudad) eran vendidos en los mercados de los diferentes pueblos y ciudades. Las hierbas, como el tomillo, la gayuba (uva de oso), la salvia... servían, además de para cocinar, para preparar remedios naturales contra las enfermedades que sufrían los habitantes de este pequeño pueblo.
Estos ejemplos son una muestra, que ofrece al lector una idea, de la capacidad de adaptación de aquellas personas a un entorno, a vistas del urbanita del siglo XXI, hostil. Pero que para los habitantes que vivieron en aquel pueblecito de montaña a lo largo de los siglos eran su día a día, una forma de vivir en armonía con la naturaleza y las posibilidades que el entorno les ofrecía. Es por eso que el Sr. Anton Agustench Bonet, uno de los últimos habitantes que vivió en el pueblo, escribió en su libro “RECORDS DE LA MUSSARA” el siguiente testimonio: <<La Mussara siempre tuvo fama de pobrecita, pero escuchaba decir a los viejecitos que nunca nadie tuvo que ir a pedir limosna, cosa que en los pueblos vecinos sí que pasaba, yo lo puedo justificar>>.
La Mussara, sin duda, fue un ejemplo de como el ser humano puede aprovechar los recursos naturales que el entorno ofrece. Solamente hay que leer el lema de la fotografía que acompaña a este trabajo para descubrir una clara ilustración de este aprovechamiento de los recursos naturales.
La vida de La Mussara giraba en torno a la balsa de agua que se encuentra justo en el centro del pueblo, una balsa donde era (y todavía es) habitual escuchar el croar de las ranas en las noches de verano, de aquí viene el nombre de “ranas” que se les otorgó a los habitantes de La Mussara. Esta balsa era la principal fuente de agua, pero no la única, que tenían los vecinos del pueblo para poder ejercer sus actividades diarias. Pero no sólo aprendieron a aprovechar el agua en su estado liquido, el “Pou de gel” (pozo de hielo), que se encuentra a unos 700 metros del núcleo principal del pueblo, también es un ejemplo de que la gente de aquellas montañas aprendieron a producir hielo a partir de las nevadas de invierno. Hielo que durante el verano vendían en las ciudades del “Camp de Tarragona”, en una época donde la comodidad de los congeladores modernos era algo inimaginable.
De los bosques aprendieron a producir leña, carbón, vigas, postes... y también aprovecharon la flora y la fauna de los alrededores de La Mussara para comer, es el caso de los conejos, liebres, jabalís, aves... y hasta los caracoles. Los diferentes productos como los espárragos, las setas, las pieles de animales (muy apreciadas por la gente de ciudad) eran vendidos en los mercados de los diferentes pueblos y ciudades. Las hierbas, como el tomillo, la gayuba (uva de oso), la salvia... servían, además de para cocinar, para preparar remedios naturales contra las enfermedades que sufrían los habitantes de este pequeño pueblo.
Estos ejemplos son una muestra, que ofrece al lector una idea, de la capacidad de adaptación de aquellas personas a un entorno, a vistas del urbanita del siglo XXI, hostil. Pero que para los habitantes que vivieron en aquel pueblecito de montaña a lo largo de los siglos eran su día a día, una forma de vivir en armonía con la naturaleza y las posibilidades que el entorno les ofrecía. Es por eso que el Sr. Anton Agustench Bonet, uno de los últimos habitantes que vivió en el pueblo, escribió en su libro “RECORDS DE LA MUSSARA” el siguiente testimonio: <<La Mussara siempre tuvo fama de pobrecita, pero escuchaba decir a los viejecitos que nunca nadie tuvo que ir a pedir limosna, cosa que en los pueblos vecinos sí que pasaba, yo lo puedo justificar>>.