En
la actualidad, en una sociedad que goza de las comodidades tecnológicas y que
está atada al estrés de la vida moderna, puede resultar difícil imaginar cómo
era la vida de nuestros antepasados. Hoy en el blog haremos un ejercicio de
imaginación, de esos que tanto me gustan, y trataremos de describir cómo podía ser el día a día de un
habitante cualquiera de un pequeño pueblo perdido en la cima de una montaña: La
Mussara.
Pongámonos
en situación, amanece un día como hoy de hace algunos siglos, a las seis de la
mañana la oscuridad de la noche empieza a dejar paso a la claridad del día,
pese a estar ya metidos en el mes de mayo las noches y las mañanas aún resultan
bastante frescas en la montaña, por lo que no es raro que algunas chimeneas
escupan el humo de los hogares de leña que permanecen encendidos durante la
noche para ayudar a combatir las frías temperaturas de la madrugada. El sol,
que se empieza a vislumbrar en el horizonte más allá del ‘Camp de Tarragona’ y
el mar Mediterráneo, hace que la vida empiece a funcionar de nuevo en el
pueblo. Los primeros pájaros empiezan a romper con sus cánticos el silencio
sepulcral de la madrugada y con ellos, también, el sonido de los gallos ayuda a
despertar a los habitantes que tienen el sueño más profundo.
Uno de ellos se
despierta, se despereza y se levanta de su rudimentaria cama construida a base
de tablas y sacos llenos de lana. Lo primero que hace es encender una vela ya
casi consumida, para poder ver mejor, ya que la claridad del día aún es débil y
tenue. Este habitante vive en una casa de las que están situadas en las afueras
del viejo pueblo de la Mussara. Pese a ser una humilde casa de pueblo, sin las
comodidades de ahora, es espaciosa y de dos plantas. Su primera tarea al
levantarse, y que lleva repitiéndose desde el pasado mes de septiembre cuando
el frío comenzó a hacerse presente, es avivar el fuego de la chimenea que lleva
toda la noche encendido y que poco a poco va extinguiéndose. Lo alimenta con más
leña, pero no mucha, a diferencia de algunas semanas atrás ya no es necesario
mantenerlo encendido durante todo el día, a excepción de alguna jornada
lluviosa y fría que todavía se puede dar por estas fechas en la montaña.
Aprovecha ese mismo fuego para poner una vieja cacerola de hierro llena de agua
-que previamente fue a buscar el día anterior al estanque del centro del pueblo
o a algunas de las escasas fuentes naturales, que existen en los alrededores
del pueblo, para llenar una tinaja de barro que usa a modo de pequeño depósito
de agua- y calentarla para el aseo personal. Tras las labores de aseo el hombre
observa como la claridad del día es ya más intensa y apaga la vela, un lujo que
no hay que malgastar.
Acto
seguido se dirige al pequeño corral que hay en la parte trasera de la casa para
ordeñar a un par de cabras que le proporcionan algo de leche, principalmente
destinada al consumo de los más pequeños del hogar. Lo primero que hace, antes
de ordeñar, es cerciorarse que durante la madrugada ningún lobo -que en aquella
época todavía estaban presentes por esas montañas- o zorro haya causado daños a
los animales que allí guarda: un par de cabras, unas cuantas ovejas, algunos cerdos,
cinco o seis gallinas y su correspondiente gallo. Tras las tareas de ordeñado y
acondicionamiento matinal del corral y de los animales regresa de nuevo al
interior de la casa. Se dirige a un pequeño hueco situado debajo de la escalera
que une la planta inferior con la superior y que es utilizado como despensa, en
ella busca algo para desayunar, un poco de pan y un trozo de lomo de cerdo
embutido que fue elaborado hace unos meses durante la matanza de los cerdos que
cría y engorda en su corral. Un buen desayuno que le ayuda a coger fuerzas para
el día de trabajo que le espera.
Una
vez saciadas sus necesidades alimentarias, saca a pastar a las ovejas por los
campos de alrededor del pueblo, esta tarea le mantendrá ocupado durante gran
parte de la mañana. Afortunadamente, en estas fechas, esta tarea es más
sencilla y grata de realizar que durante
los fríos meses de invierno que han quedado atrás. Aprovecha el recorrido que
hace con su pequeño rebaño de ovejas para examinar alguna de las trampas que
tiene colocadas por el trazado que realiza. Esta vez ha tenido suerte, en ellas
han caído un par de conejos, hoy no tendrá que esforzarse demasiado para pensar
cuál va a ser el menú del día.
Parado
y sentado en una de las piedras, mientras saca su bota y echa un pequeño trago de
vino -que compra cuando baja por algún
motivo a la ciudad de Reus- se da cuenta que la posición del sol le indica que
ya se está acercando el mediodía y es hora de regresar a casa. Ayudado por sus
dos perros dirige de nuevo el rebaño de ovejas al corral. En casa le espera su
mujer, que durante la mañana ha estado realizando las pertinentes labores que
en aquella época – de sociedad un tanto machista- solían ser tarea de las
mujeres, encargarse de los niños, acondicionar la casa, ir a la fuente o al
estanque a por agua, realizar una nueva visita al corral para dar de comer a
los cerdos y a las gallinas y revisar si éstas han puesto algún huevo...
El
campesino llega a casa y muestra con alegría a su mujer e hijos los dos conejos
que ha recogido de las trampas, hoy el menú será conejo con hierbas aromáticas -recogidas del monte- a la brasa. La mujer se encarga de despellejar el conejo
-la piel será aprovechada para confeccionar alguna pequeña prenda de ropa o
pequeña bolsa- y de cocinarlo en un pequeño fuego encendido para tal menester. Después
de la comida la mujer se dispone a seguir con sus tareas hogareñas y el cuidado
de los niños mientras el hombre vuelve a retomar sus labores cotidianas. Por la
tarde se dispone a trabajar la tierra que posee a un par de kilómetros
del pueblo, donde dispone de una pequeña plantación de cereales y de un pequeño
huerto del que logra abastecerse de algunas hortalizas. Pero antes de ir a su
pequeño terreno quiere pasar por la masía del panadero, queda muy poco pan en
la despensa de casa y allí -a cambio de algunos embutidos de los que él elabora
con la matanza de sus cerdos- podrá realizar un trueque y conseguir unos
cuantos kilos de pan para proveerse durante algunas semanas.
También
quiere pasarse por la masía de la familia de los leñadores, en la taberna del
pueblo le han dicho que ha llegado un importante pedido de vigas de madera para
una obra de un pueblo de la falda de la montaña y será necesaria, durante algunas
jornadas, mano de obra para talar los árboles y elaborar las vigas de madera. Este
trabajo temporal le proporcionará algunos ingresos monetarios que podrá
utilizar, cuando baje a la ciudad, para comprar algunas de las cosas que
necesita la familia y que no están disponibles en el pueblo. Tras solucionar
estos dos asuntos llega a la pequeña era, allí se encarga de llevar a cabo las tareas
que le requiere la tierra. El cereal, de momento, en esta época no le exige
mucha atención. El pequeño huerto, sin embargo, requiere algo más de trabajo ya
que hay que desplazarse a una de las fuentes naturales cercanas para buscar
agua y poder regar la tierra -hace algunos días que no ha caído ni una gota de
agua del cielo-. También quiere aprovechar las pocas horas que le quedan de
claridad para empezar a cavar las zanjas donde dentro de un mes plantara
patatas.
Los
días ahora son más largos y se aprovechan mejor para las tareas del día a día
pero, entre unas cosas y otras, se da cuenta que empieza a anochecer, así que
recoge los utensilios de trabajo y emprende el camino de regreso al pueblo. Una
vez allí, antes de volver a su hogar, hará una pequeña parada en la casa que
hace las funciones de taberna del pueblo, allí poco a poco van llegando algunos
de los hombres que viven en la Mussara para reunirse y comentar las aventuras y
desventuras de su jornada mientras toman algún vaso de vino, juegan a las
cartas y charlan amigablemente.
Las
mujeres y los niños aprovechan estas últimas horas del día para reunirse
delante de la pequeña balsa del pueblo. Las mujeres hablan entre ellas mientras los más pequeños juegan a cazar las ranas que ya se
dejan ver por el estanque. Poco a poco, entre dimes y diretes, va oscureciendo
y con la llegada de la noche también llega el frío -como se mencionaba
anteriormente las noches en lo alto de la montaña aún son frescas-. Lentamente
las familias se van reuniendo de nuevo en sus hogares. El protagonista de
nuestra historia se despide de sus amigos y vecinos, con los que ha compartido
un rato en la taberna, y regresa a su casa. Allí mientras su mujer prepara la
cena él procede a encender la chimenea para que la temperatura de la vivienda
sea más agradable durante la fría madrugada. Acto seguido la familia se reúne en
torno a una rustica mesa y cenan una tortilla con algo de embutido, algunas
hortalizas y unas yescas de pan bajo la tenue luz que les proporcionan las
velas y el fuego de la chimenea. Es el momento del día en el que todos los
miembros de la unidad familiar aprovechan para compartir las anécdotas que les
han sucedido durante el día. Finalizada la cena familiar la madre se apresura a
recoger los restos de la comida y a acostar a los niños. Mientras, el marido,
hace una última visita al corral trasero de la casa para comprobar que todo
está en orden. Después, tras certificar que los animales están bien,
regresa al interior de la casa donde ya le esperan su mujer y sus hijos metidos
en la cama. Por último, vuelve a echar más leña a la chimenea para asegurarse
de que el fuego permanezca encendido durante la madrugada y se mete en la cama,
apaga la vela y pone punto y final a otro día de vida en un pequeño pueblo
perdido en lo alto de una montaña, la Mussara.
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ResponderEliminar¡Gracias por este blog! Me interesa mucho como era la vida en La Mussara y espero que continúes publicando. Me gustaría saber como viajaban a la ciudad, si los caminos estaban en mal estado y como de grande era el pueblo, pues en las imágenes se ve que es pequeño pero claro eso es ahora que no hay casas. ¡Gracias de nuevo y mucho ánimo!
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por tu comentario!!! ;) Es para mí un honor poder responder a la primera persona que se ANIMA a publicar un comentario en este blog dedicado a mostrar la historia de un lugar tan encantador como La Mussara.
EliminarMe encanta que te sientas interesad@ por la historia de este pueblo abandonado de la montaña, y puesto que las preguntas que realizas en tu comentario son realmente interesante, la primera publicación del blog, después de este descanso veraniego, estará dedicada a intentar responder a tus preguntas! ;)
De nuevo, muchaaaaaaas gracias por tu comentario, y yo también te animo a que sigas publicando relatos en tus blogs, los he visitado y realmente escribes muy bien, sigue con ello, no hay nada más bonito que compartir historias con las personas!!! :D ;)
P.D: Cualquier duda o pregunta que tengas sobre este bonito lugar abandonado (con tanta historia), de las montañas de Tarragona, no dudes en preguntármela! :) Y pos supuesto, no sé si eres de la zona o no pero, si tienes oportunidad de visitar tan fantástico lugar intenta hacerlo! Una vez que estás allí te acaba atrapando!!! ;D