domingo, 18 de octubre de 2015

La Mussara, de vuelta a la historia.




Después de un largo descanso, de parón estival, vuelvo a la carga con nuevas historias de este pueblo tan encantador de la montaña. Durante estos meses de inactividad en la publicación de historias he seguido con mis investigaciones y la recopilación de nuevos datos sobre la historia real (y paranormal) de esta pequeña villa hoy abandonada. Pero la primera entrada de esta nueva ‘temporada’ está dedicada al primer comentario que hace un mes recibió el blog. En él se hacía referencia a diversas cuestiones, sobre algunos aspectos del pueblo, que pueden ser muy interesantes de explicar a los demás lectores que llegan a este pequeño rinconcito, de internet, buscando información sobre el antiguo pueblo de la Mussara.



Una de las preguntas era cómo se las apañaban los antiguos habitantes de la Mussara para viajar en sus desplazamientos a la ciudad y cómo eran los caminos. Pues bien, uno de los mayores problemas que acompañó durante toda su historia a los oriundos de la Mussara era la cierta incomunicación a la que estaban sometidos por el entorno geográfico en el que estaba situado el pueblo. 


Hoy en día para llegar hasta las ruinas del pueblo es necesario un buen rato de carretera llena de curvas (trayecto que a algunas personas no les gusta nada realizar, conozco a varias de ellas). Si a la necesidad de desplazarse de los habitantes de la Mussara le añadimos que en el pasado (lógicamente) no existían las carreteras asfaltadas, y únicamente disponían de algunos caminos y varios senderos a través de las montañas, estos desplazamientos se convertían en una tarea realmente complicada y penosa. Hasta aproximadamente el S.XVII la gran mayoría de desplazamientos tenían que realizarse por estrechos, y escarpados, senderos que comunicaban a los diferentes pueblos (y masías) que estaban esparcidos por las montañas. Más tarde empezaron a existir los caminos, más o menos de cierta anchura, que permitían un paso más cómodo a los carros, pero estos caminos estaban más bien dedicados a comunicar los pueblos con más habitantes y notoriedad. 


A partir del S.XVIII empezó a existir la figura del ‘peón caminero’, unas personas que se dedicaban a mantener en óptimas condiciones los tramos de camino (caminos principales y con cierta importancia) que tenían asignados a su cuidado. Estas personas vivían en los pueblos o masías cercanas a los caminos que estaban a su cargo. Como curiosidad, hay una zona de ruinas en la carretera que sube de Vilaplana a la Mussara que se denominaba ‘Las casetas de los peones’, posiblemente porque allí residían las personas encargadas de mantener en condiciones aquel camino. Hay que destacar que aquellas vías de tierra, con pronunciados desniveles de altitud, quedaban muy erosionados con cualquier lluvia de cierta intensidad que se producía a lo largo del año. La lluvia provocaba el fenómeno denominado como escorrentía, el cual arrastraba la tierra de los caminos dejándolos llenos de socavones y surcos.


Como el lector ya puede imaginar, a estas alturas del artículo, la tarea de los desplazamientos era realmente difícil. Tarea que se dificultaba mucho más si tenía que realizarse con algún tipo de carga. Cualquier desplazamiento a los pueblos más cercanos podía tardar horas en realizarse. Bajar a la ciudad era una labor que podía tardar días en ejecutarse incluyendo la ida y la vuelta. También hay que tener en cuenta (como ya se ha mencionado anteriormente) las condiciones meteorológicas de la zona. La lluvia y la niebla eran dos factores meteorológicos que sumaban más penurias y dificultades a los desplazamientos de los habitantes de las montañas. De hecho, uno de los posibles orígenes de la Mussara es precisamente el de un pequeño campamento árabe que se levantó para que se refugiaran durante los días de lluvia, niebla, nieve… los jinetes y soldados del Califato de Xibrana  que se desplazaban a la zona de la Mussara (desde Siurana) para entrenarse y que al ser sorprendidos por el mal tiempo no podían regresar a Siurana.


Los días en los que la nieve hacía acto de presencia en la montaña los habitantes de la Mussara sólo tenían una opción: encerrarse en sus casas, al calor de las chimeneas, y esperar varios días hasta que la nieve desapareciera al menos en parte. Se dieron casos de estar incomunicados varias semanas seguidas con los problemas de abastecimiento que esto les suponía. 
Hay una anécdota en el libro de Ramon Amigó Anglès “La Mussara un vell afecte.” que relata muy bien lo complicado que era desplazarse por el término municipal de la Mussara. En la anécdota se relata que en alguna de las épocas en las que la Mussara contó con algún maestro o maestra, que impartía clases en la casa de la villa, algunos de los niños que vivían en las casas o masías que estaban esparcidas por el término municipal podían tardar dos o tres horas en llegar hasta el núcleo principal del pueblo, a lo que había que sumar las dos o tres horas que luego tardaban en volver a realizar el camino a su casa por aquellos sinuosos senderos de montaña. 



Otra de las preguntas del comentario giraba en torno a cómo era  de grande el pueblo. Cuando hacemos referencia a la extensión de la superficie del pueblo hay que diferenciar entre dos conceptos: el núcleo principal del pueblo y el territorio total que abarcaba el término municipal de la Mussara. 


El núcleo principal del pueblo, es decir, la zona donde se encontraban un mayor número de casas concentradas (el que todo el mundo suele visitar hoy en día) no era muy grande. Aunque hay personas que creen que sólo está compuesto por las ruinas de la iglesia y las casas que están enfrente de la balsa, en realidad, en el núcleo principal del pueblo existían tres zonas diferenciadas: la zona de las ruinas que se encuentran más próximas al estanque (la más famosa). Otra zona con una agrupación de varias casas que está en la parte más alta del pueblo. Y, por último, la zona entre los dos focos de casas agrupadas en la que se encontraba varias casas aisladas entre sí pero situadas también en el interior del núcleo principal de la población.


Sin embargo, si hablamos de la extensión de la superficie del término municipal nos encontramos ante un territorio bastante grande. Una zona montañosa en la que estaban esparcidas un gran número de casas y masías. Los habitantes de estas casas eran, sin duda, los que vivían más aislados del mundo. Podían estar días sin ver a personas ajenas a las que vivían en sus casas. 



En próximos artículos se tratará de una forma más pormenorizada las diferentes zonas que componían el pueblo y la totalidad del término municipal. Pero eso ya es otra historia! ;)

Un gran abrazo a todos l@s curios@s que llegan hasta aquí buscando información sobre la historia de ese bonito pueblo abandonado en la montaña llamado la Mussara. Un lugar que en su día tuvo mucha vida y que a día de hoy tiene muchas historias que contar. Próximamente más! ;)

miércoles, 20 de mayo de 2015

Regreso al pasado, un día cualquiera en la Mussara.




En la actualidad, en una sociedad que goza de las comodidades tecnológicas y que está atada al estrés de la vida moderna, puede resultar difícil imaginar cómo era la vida de nuestros antepasados. Hoy en el blog haremos un ejercicio de imaginación, de esos que tanto me gustan, y trataremos de  describir cómo podía ser el día a día de un habitante cualquiera de un pequeño pueblo perdido en la cima de una montaña: La Mussara.


Pongámonos en situación, amanece un día como hoy de hace algunos siglos, a las seis de la mañana la oscuridad de la noche empieza a dejar paso a la claridad del día, pese a estar ya metidos en el mes de mayo las noches y las mañanas aún resultan bastante frescas en la montaña, por lo que no es raro que algunas chimeneas escupan el humo de los hogares de leña que permanecen encendidos durante la noche para ayudar a combatir las frías temperaturas de la madrugada. El sol, que se empieza a vislumbrar en el horizonte más allá del ‘Camp de Tarragona’ y el mar Mediterráneo, hace que la vida empiece a funcionar de nuevo en el pueblo. Los primeros pájaros empiezan a romper con sus cánticos el silencio sepulcral de la madrugada y con ellos, también, el sonido de los gallos ayuda a despertar a los habitantes que tienen el sueño más profundo. 


Uno de ellos se despierta, se despereza y se levanta de su rudimentaria cama construida a base de tablas y sacos llenos de lana. Lo primero que hace es encender una vela ya casi consumida, para poder ver mejor, ya que la claridad del día aún es débil y tenue. Este habitante vive en una casa de las que están situadas en las afueras del viejo pueblo de la Mussara. Pese a ser una humilde casa de pueblo, sin las comodidades de ahora, es espaciosa y de dos plantas. Su primera tarea al levantarse, y que lleva repitiéndose desde el pasado mes de septiembre cuando el frío comenzó a hacerse presente, es avivar el fuego de la chimenea que lleva toda la noche encendido y que poco a poco va extinguiéndose. Lo alimenta con más leña, pero no mucha, a diferencia de algunas semanas atrás ya no es necesario mantenerlo encendido durante todo el día, a excepción de alguna jornada lluviosa y fría que todavía se puede dar por estas fechas en la montaña. Aprovecha ese mismo fuego para poner una vieja cacerola de hierro llena de agua -que previamente fue a buscar el día anterior al estanque del centro del pueblo o a algunas de las escasas fuentes naturales, que existen en los alrededores del pueblo, para llenar una tinaja de barro que usa a modo de pequeño depósito de agua- y calentarla para el aseo personal. Tras las labores de aseo el hombre observa como la claridad del día es ya más intensa y apaga la vela, un lujo que no hay que malgastar. 


Acto seguido se dirige al pequeño corral que hay en la parte trasera de la casa para ordeñar a un par de cabras que le proporcionan algo de leche, principalmente destinada al consumo de los más pequeños del hogar. Lo primero que hace, antes de ordeñar, es cerciorarse que durante la madrugada ningún lobo -que en aquella época todavía estaban presentes por esas montañas- o zorro haya causado daños a los animales que allí guarda: un par de cabras, unas cuantas ovejas, algunos cerdos, cinco o seis gallinas y su correspondiente gallo. Tras las tareas de ordeñado y acondicionamiento matinal del corral y de los animales regresa de nuevo al interior de la casa. Se dirige a un pequeño hueco situado debajo de la escalera que une la planta inferior con la superior y que es utilizado como despensa, en ella busca algo para desayunar, un poco de pan y un trozo de lomo de cerdo embutido que fue elaborado hace unos meses durante la matanza de los cerdos que cría y engorda en su corral. Un buen desayuno que le ayuda a coger fuerzas para el día de trabajo que le espera.


Una vez saciadas sus necesidades alimentarias, saca a pastar a las ovejas por los campos de alrededor del pueblo, esta tarea le mantendrá ocupado durante gran parte de la mañana. Afortunadamente, en estas fechas, esta tarea es más sencilla y grata de realizar  que durante los fríos meses de invierno que han quedado atrás. Aprovecha el recorrido que hace con su pequeño rebaño de ovejas para examinar alguna de las trampas que tiene colocadas por el trazado que realiza. Esta vez ha tenido suerte, en ellas han caído un par de conejos, hoy no tendrá que esforzarse demasiado para pensar cuál va a ser el menú del día. 
 
Parado y sentado en una de las piedras, mientras saca su bota y echa un pequeño trago de vino  -que compra cuando baja por algún motivo a la ciudad de Reus- se da cuenta que la posición del sol le indica que ya se está acercando el mediodía y es hora de regresar a casa. Ayudado por sus dos perros dirige de nuevo el rebaño de ovejas al corral. En casa le espera su mujer, que durante la mañana ha estado realizando las pertinentes labores que en aquella época – de sociedad un tanto machista- solían ser tarea de las mujeres, encargarse de los niños, acondicionar la casa, ir a la fuente o al estanque a por agua, realizar una nueva visita al corral para dar de comer a los cerdos y a las gallinas y revisar si éstas han puesto algún huevo...


El campesino llega a casa y muestra con alegría a su mujer e hijos los dos conejos que ha recogido de las trampas, hoy el menú será conejo con hierbas aromáticas -recogidas del monte- a la brasa. La mujer se encarga de despellejar el conejo -la piel será aprovechada para confeccionar alguna pequeña prenda de ropa o pequeña bolsa- y de cocinarlo en un pequeño fuego encendido para tal menester. Después de la comida la mujer se dispone a seguir con sus tareas hogareñas y el cuidado de los niños mientras el hombre vuelve a retomar sus labores cotidianas. Por la tarde se dispone a trabajar la tierra que posee a un par de kilómetros del pueblo, donde dispone de una pequeña plantación de cereales y de un pequeño huerto del que logra abastecerse de algunas hortalizas. Pero antes de ir a su pequeño terreno quiere pasar por la masía del panadero, queda muy poco pan en la despensa de casa y allí -a cambio de algunos embutidos de los que él elabora con la matanza de sus cerdos- podrá realizar un trueque y conseguir unos cuantos kilos de pan para proveerse durante algunas semanas. 

 
También quiere pasarse por la masía de la familia de los leñadores, en la taberna del pueblo le han dicho que ha llegado un importante pedido de vigas de madera para una obra de un pueblo de la falda de la montaña y será necesaria, durante algunas jornadas, mano de obra para talar los árboles y elaborar las vigas de madera. Este trabajo temporal le proporcionará algunos ingresos monetarios que podrá utilizar, cuando baje a la ciudad, para comprar algunas de las cosas que necesita la familia y que no están disponibles en el pueblo. Tras solucionar estos dos asuntos llega a la pequeña era, allí se encarga de llevar a cabo las tareas que le requiere la tierra. El cereal, de momento, en esta época no le exige mucha atención. El pequeño huerto, sin embargo, requiere algo más de trabajo ya que hay que desplazarse a una de las fuentes naturales cercanas para buscar agua y poder regar la tierra -hace algunos días que no ha caído ni una gota de agua del cielo-. También quiere aprovechar las pocas horas que le quedan de claridad para empezar a cavar las zanjas donde dentro de un mes plantara patatas. 


Los días ahora son más largos y se aprovechan mejor para las tareas del día a día pero, entre unas cosas y otras, se da cuenta que empieza a anochecer, así que recoge los utensilios de trabajo y emprende el camino de regreso al pueblo. Una vez allí, antes de volver a su hogar, hará una pequeña parada en la casa que hace las funciones de taberna del pueblo, allí poco a poco van llegando algunos de los hombres que viven en la Mussara para reunirse y comentar las aventuras y desventuras de su jornada mientras toman algún vaso de vino, juegan a las cartas y charlan amigablemente. 


Las mujeres y los niños aprovechan estas últimas horas del día para reunirse delante de la pequeña balsa del pueblo. Las mujeres hablan entre ellas mientras los más pequeños juegan a cazar las ranas que ya se dejan ver por el estanque. Poco a poco, entre dimes y diretes, va oscureciendo y con la llegada de la noche también llega el frío -como se mencionaba anteriormente las noches en lo alto de la montaña aún son frescas-. Lentamente las familias se van reuniendo de nuevo en sus hogares. El protagonista de nuestra historia se despide de sus amigos y vecinos, con los que ha compartido un rato en la taberna, y regresa a su casa. Allí mientras su mujer prepara la cena él procede a encender la chimenea para que la temperatura de la vivienda sea más agradable durante la fría madrugada. Acto seguido la familia se reúne en torno a una rustica mesa y cenan una tortilla con algo de embutido, algunas hortalizas y unas yescas de pan bajo la tenue luz que les proporcionan las velas y el fuego de la chimenea. Es el momento del día en el que todos los miembros de la unidad familiar aprovechan para compartir las anécdotas que les han sucedido durante el día. Finalizada la cena familiar la madre se apresura a recoger los restos de la comida y a acostar a los niños. Mientras, el marido, hace una última visita al corral trasero de la casa para comprobar que todo está en orden.  Después, tras certificar que los animales están bien, regresa al interior de la casa donde ya le esperan su mujer y sus hijos metidos en la cama. Por último, vuelve a echar más leña a la chimenea para asegurarse de que el fuego permanezca encendido durante la madrugada y se mete en la cama, apaga la vela y pone punto y final a otro día de vida en un pequeño pueblo perdido en lo alto de una montaña, la Mussara.

viernes, 3 de abril de 2015

El pozo de la nieve (Una ‘industria’ en la Mussara. Parte II).



Una vez quedó elegida la ubicación del pozo y se construyeron las infraestructuras necesarias para poner en marcha la producción del hielo (PARTE I) sólo quedaba iniciar los trabajos de la elaboración de los bloques de hielo.


En primer lugar, para poder poner en marcha todo el proceso de producción, era preciso contar con la inestimable ayuda del cielo. La fabricación de hielo no podía iniciarse si primero las condiciones atmosféricas no proporcionaban una abundante nevada que dejara emblanquecido el paisaje del viejo pueblo de la Mussara. No bastaba con una pequeña nevada de unos pocos centímetros, para poder iniciar el proceso de elaboración de hielo era necesario que la nevada fuera bastante copiosa y de suficientes centímetros de nieve, acompañada por unos cuantos días de gélido frio.



Llegado el momento en el que el paisaje del viejo pueblo, hoy abandonado, quedaba cubierto de nieve se daba el ‘pistoletazo de salida’ para emprender los trabajos de la obtención del hielo. En un primer momento, tras la abundante nevada, hacía falta reclutar a cuadrillas de trabajadores que proporcionaran la mano de obra precisa para los trabajos de recolección de nieve y hielo. El negocio del hielo, al fin y al cabo, es como cualquier otro trabajo relacionado con el campo.  Durante todo el año las labores necesarias para su conservación pueden ser realizadas por unas pocas personas encargadas del pozo. Pongamos el ejemplo de los olivos, durante el año las labores de cuidados y acondicionamiento del terreno del olivar es realizado por un grupo pequeño de personas, pero a la hora de recoger el fruto del olivar se requiere una gran cantidad de individuos. Con el negocio del hielo pasaba lo mismo, gran parte del tiempo no era menester contar con un gran grupo de personas para las tareas de conservación y extracción, pero cuando llegaba el momento del año en el que se iniciaba el proceso de recogida y manufacturación,  el trabajo que había que desarrollar, era de tal magnitud que se necesitaba un mayor número  de personas para poder realizarlo de una forma rápida y efectiva. Es en este punto cuando entraban en juego los habitantes del de la Mussara, los encargados del pozo se beneficiaban de la mano de obra que les proporcionaban los oriundos del pueblo, y los habitantes de la Mussara se beneficiaban de los sueldos que ganaban como jornaleros los días de trabajo en el pozo. 



Cuando ya se contaba con un grupo de personas se empezaba a organizar el trabajo. Primero había que salir hacia las explanadas y cenagales próximos al pozo para proceder a la recogida de la nieve y el hielo.  Y digo nieve y hielo porque tanto la nieve virgen caída del cielo como el hielo formado por el agua de los pequeños cenagales, que quedaba congelada por las bajas temperaturas, eran validas para el objetivo final del negocio.
En los pequeños cenagales formados por el agua de las lluvias de los días precedentes a la bajada de temperaturas y nevadas, se formaban directamente grandes masas de hielo que se podía recoger directamente, siempre y cuando el grosor de este fuera adecuado. Se procedía  a cortar el agua congelada de los charcos en bloques y estos eran transportados al pozo.

Otro método para la producción de boques de hielo era la recogida de nieve, que sin duda era de mayor cantidad. La nieve era aglomerada en grandes cantidades y transportada al pozo, allí empezaba un proceso de manufactura para transfórmala en hielo. La nieve era compactada, una de las formas que podía ser utilizadas era meter la nieve en moldes con la forma de los bloques que se deseaba obtener e ir pisándola, o aplastándola, para prensarla y compactarla hasta obtener una masa de nieve compacta y de gran dureza. De esta forma, al desmoldarla, se conseguía tener un bloque de nieve petrificada que con el propio frío del pozo cada vez quedaba más solidificada.



Cuando ya tenían los bloques preparados quedaba la labor de trasladarlos al interior del pozo. Una de las formas más rápidas y efectivas era que los trajineros los fueran introduciendo en la parte inferior del pozo a través de un túnel subterráneo para ir apilándolos ordenadamente. Para poder trabajar mejor con los bloques a la hora de extraerlos meses después, y evitar que los mismos bloques de hielo quedaran unidos entre sí por el efecto de las bajas temperaturas, las unidades de hielo se apartaban con paja o cualquier tipo de forraje vegetal que les proporcionaba una separación y un aislamiento de esta forma se iba llenando el pozo de bloques de hielo.


Las labores de recogida, elaboración y almacenamiento del hielo duraban unos cuantos días hasta que la nieve empezaba a derretirse o sencillamente el pozo quedaba completo. Pero si una primera nevada no era suficiente para la llenada del pozo el proceso podía repetirse tantas veces como días fríos y de nevadas proporcionara el caprichoso cielo de la Mussara.
Una vez acaba el periodo de nevadas y recogida ya sólo quedaba esperar a que los clientes reclamaran la presencia del producto en los pueblos y ciudades de alrededor. En este punto del proceso es donde entra en juego las relaciones comerciales de la familia propietaria del pozo. Los dueños del negocio contaban con una cartera de clientes con los que habían firmado acuerdos comerciales en los que se comprometían a proveerles de hielo procedente de sus diferentes pozos a lo largo de la montaña en las fechas acordadas a cambio, por supuesto, de una cantidad de dinero según la cantidad de hielo ofrecida y la distancia de transporte. 


Cuando se aproximaba la fecha de una de las entregas acordadas que tenían que salir del pozo de la Mussara llegaba el último punto de la fase de la ‘industria’ del hielo. Los encargados del pozo eran los destinados para realizar los trabajos de extracción. Un hombre, o quizá varios, se introducía en el pozo, si este estaba bastante lleno lo harían bajando por la obertura de la cúpula superior y si por el contrario el espacio lo permitía lo harían por el túnel subterráneo que va hacia la parte inferior. Una vez dentro del pozo se encargaban de enganchar mediante cuerdas (o meter en algún tipo de cesta o caja) los bloques de hielo a una especie de roldana sujeta a un conjunto de vigas en la parte superior del pozo, desde la obertura de la cúpula otro trabajador (o quizá dos) subía el hielo tirando de una cuerda y lo extraía del pozo, y por último era cargado en animales de transporte (burros o mulas) para su posterior desplazamiento a la zona acordada (teniendo en cuenta la descripción de varios documentos, como los de Pascual Madoz o Ramón Amigó, en los que se describe que los caminos vecinales de la Mussara eran de pésimas condiciones se descarta que al menos el transporte hasta un pueblo mejor conectado se hiciera en carro, ya que no podían transitar por aquellos caminos).


Por lo tanto, si el encargo era importante, el pozo necesitaría otra vez la mano de obra de los habitantes de la Mussara para poder formar varias cuadrillas de transporte que permitieran desplazar una mayor cantidad de hielo. De nuevo el negocio del hielo proporcionaba algún jornal a los habitantes de la Mussara. El hielo podía ser transportado directamente a la zona del comprador final si la distancia no era excesiva, o podía ser trasladado a algún sitio acondicionado, que la familia dueña del pozo tuviera en las faldas de la montaña, donde iban a parar todos los cargamentos de hielo de los diferentes pozos de los que eran dueños a lo largo de las montañas de Prades y  se distribuía, ya, en carros hasta el lugar final de entrega.


 Es así como se puede decir que la Mussara, pese a ser un pequeño pueblo ‘olvidado’ y mal comunicado en lo alto de las montañas, fue uno de los pioneros en el sector ‘industrial’ de los siglos pasados (entiéndase industrial como la manufactura de una materia primera para la obtención de un producto elaborado). El sector de la nieve puedo estar funcionando hasta que a principios del S.XX las nuevas tecnologías hicieron que ya no fuera necesario bajar los bloques de hielo a los pueblos y ciudades de la provincia desde las montañas, de esta forma se puso punto y final a una de las actividades económicas que se realizaban en la Mussara.  Pero aquí no acaba el recorrido del pueblo del como pequeño núcleo industrial de las montañas, los habitantes del viejo municipio fundido con la naturaleza también eran expertos en la industria maderera, siendo famosos en los pueblos y ciudades del Camp de Tarragona por su maña a la hora de elaborar vigas, postes y toda clase de productos elaborados a partir de la leña que obtenían de la montaña donde sobrevivían día a día, pero eso ya es otro historia...