martes, 4 de diciembre de 2018

La leyenda del misterioso hombre de la aliaga encendida.



Ya hace muchas décadas que en el viejo pueblo de la Mussara, sus habitantes, no se reúnen al lado del pequeño estanque para contar sus anécdotas, vivencias, recuerdos… Pero hace muchos años, cuando el pequeño pueblo hoy abandonado estaba lleno de vida, las personas más ancianas se encargaban de transmitir, de forma oral, a las personas más jóvenes las leyendas del pasado de la aldea.

  
Es así como, con ciertas dificultades por la despoblación del municipio, llegó hasta nuestros días una leyenda que muestra uno de los acontecimientos más extraños sucedidos en la Mussara. Uno de esos sucesos de los que sí quedaron registro, ya sea de forma oral, por sus propios habitantes.



Dicha leyenda narra que hace ya más de un siglo, incluso dos, cuando los lobos todavía rondaban por las montañas de la Mussara, una gélida mañana de invierno la hija mayor de ‘Ca l’Agostenc’, como cada día, sacaba a pastar a las ovejas y corderos del rebaño de la familia. Para buscar buen pasto de hierba la chica tenía que alejarse un poco del pueblo, adentrarse por el bosque y pasar unas horas sola hasta que las ovejas se hubieran alimentado, momento en el que volvía a dirigir el rebaño hasta el pueblo para encerrarlo en el corral de su casa.


Todo este trabajo era realizado sin ningún perro pastor que ayudara a la chica en el cometido de su misión. Aquella mañana la joven decidió dirigirse hacia el ‘Coll de les Pinedes’ (situado al lado de la carretera que lleva hacia el, también abandonado, campamento de Los Castillejos). La chica, abrigada con las prendas de abrigo y harapos que le servían para resguardarse de aquel frío matinal de invierno, caminaba lentamente junto a su rebaño cuando, de repente, un escalofrió le recorrió todo el cuerpo. 



En un movimiento fugaz y milimétricamente estudiado,  de detrás de  un arbusto salió un lobo que se lanzó al ataque de un joven cordero. La chica, más bien movida por su inconsciencia que por su valentía, hizo ademán de ir a proteger al cordero y con aspavientos intentó hacer huir al lobo, pero el feroz animal, en vez de huir, dirigió su ataque hacia la joven. Con un rápido salto se abalanzó sobre la muchacha y le propinó un primer mordisco en su hombro que la hizo derrumbarse de dolor sobre el suelo. La chica tirada en el frío suelo del bosque, agazapada e inmovilizada por el miedo, se había resignado ya al trágico final que le deparaba el destino y cerró los ojos para esperar la mortal dentellada del lobo. 



Pero de pronto, en vez de notar otra dolorosa mordedura en su cuerpo, escuchó como a unos metros de ella alguien emitió una serie de ruidos y gritos. En esta ocasión el lobo, en vez de volver a atacar, dejó a su presa y salió huyendo. La chica al abrir los ojos observó a un viejecito con una antorcha, fabricada de aliaga, encendida. El anciano se acercó a ella y la ayudó a incorporarse, acto seguido de su morral sacó un frasquito con un aceito y le indicó a la muchacha que se lo untara en la herida que le había provocado el lobo. Antes de que la chica tuviera tiempo de incorporarse y dar las gracias a su salvador vio como el viejecito emprendía su camino y se perdía por el bosque en dirección al ‘Mas dels Frares’. La chica hizo el intento de llamarle para que se detuviera pero, fue en vano, el viejecito desapareció entre los árboles.




La joven pastorcilla allí mismo se hizo la primera cura con el aceite que el viejecito le había dado, como pudo  reunió al asustado rebaño de ovejas (que permanecían esparcidas por los alrededores con el susto del ataque) y renqueante y dolorida emprendió el camino de regreso al pueblo. A su llegada, poco a poco, todos los vecinos se fueron enterando de lo acontecido a la pubilla de ‘Ca l’Agostenc’ en el bosque cercano al pueblo. La familia de la chica y los mismos vecinos del la Mussara estuvieron tratando de averiguar quién había sido aquel desconocido anciano que había salvado la vida de la chica. Durante semanas estuvieron preguntando por las masías de los alrededores, incluso preguntaron  en los pueblos de la Febró, l’Albiol, l’Arboli Vilpalana y Montral, pero nadie supo dar razón de quién pudiera ser aquel viejecito. Con el paso de las semanas, y la ayuda de aquel misterioso aceite del anciano, la herida de la muchacha fue mejorando y a principios de la primavera la pastorcilla ya estaba lista para volver a salir con el rebaño.



Del viejecito nunca más se supo, ¿Quién sería aquél hombre que se enfrentó a un lobo para salvar a una joven, y ni tan siquiera quiso acompañarla a su casa para que sus familiares se lo agradecieran o, incluso, se lo recompensaran? Con el paso del tiempo algunos habitantes del pueblo empezaron a pensar que lo que se produzco aquel día, en aquel bosquecito de la Mussara, fue un auténtico milagro y el mismísimo Dios fue el que hizo aparición para salvar a la chica. Sea como fuere esa historia se convirtió en un suceso misterioso del pasado del pueblo. Un suceso que con el paso de los años pasó a ser una leyenda que fue transmitida, oralmente, de generación en generación entre los habitantes de la Mussara, y que ahora, que ya no queda nadie allí arriba que la pueda contar, somos los enamorados de aquel maravilloso pueblecito los encargados de transmitirla a las futuras generaciones para que no caiga en el olvido.


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